Vivimos rodeados de pantallas, prisas y opiniones… pero cada vez escuchamos menos y comprendemos peor.
La empatía —esa capacidad de ponerse en el lugar del otro— se ha vuelto una especie rara, cuando en realidad es el alma de cualquier sociedad que quiera avanzar.
Vivimos en tiempos de “yo primero”
Nos acostumbramos a medir todo en función de lo que nos afecta directamente:
- Si no me pasa a mí, no me importa.
- Si no pienso igual, no escucho.
- Si no me conviene, ignoro.
Pero sin empatía, la convivencia se vuelve ruido, y la distancia entre las personas crece, aunque estén al lado.
Empatía no es debilidad, es inteligencia emocional
Ser empático no significa estar de acuerdo con todo, sino entender el porqué del otro.
- Requiere pausa, humildad y atención.
- Escuchar sin juzgar. Mirar sin comparar. Acompañar sin imponer.
- La empatía construye puentes donde antes había muros.
- Fomenta el respeto, la colaboración y la verdadera humanidad.
Recuperar la empatía empieza con gestos pequeños
- Mirar a los ojos cuando alguien habla.
- Preguntar cómo está alguien… y quedarse a escuchar la respuesta.
- Ser amable incluso cuando el día no lo es.
Cada gesto cuenta. Cada palabra puede aliviar o herir.
Y todos somos responsables de qué dejamos en los demás.
En un mundo que corre sin mirar atrás, la empatía es una forma de resistencia.
Porque entender al otro no nos quita nada… pero puede cambiarlo todo.