El estrés no es solo cosa de adultos. Cada vez más adolescentes y jóvenes lo sufren por la presión académica, las expectativas sociales y el uso intensivo de tecnología. Sus efectos pueden ser profundos:
- Ansiedad y dificultad para concentrarse
Cuando el cerebro está en modo “alerta constante”, cuesta enfocarse en tareas, estudiar o recordar información. Esto puede provocar bajadas en el rendimiento escolar, sensación de bloqueo en los exámenes y pensamientos obsesivos sobre el futuro. - Problemas de sueño
El estrés aumenta los niveles de cortisol, lo que dificulta conciliar el sueño o provoca despertares nocturnos. Dormir mal se traduce en cansancio crónico, dificultad para rendir en clase y mayor irritabilidad al día siguiente. - Dolores físicos
La tensión emocional se somatiza en el cuerpo: dolores de cabeza frecuentes, tensión en cuello y hombros, molestias estomacales o cambios en el apetito. Son señales de que el cuerpo está intentando gestionar la sobrecarga. - Cambios de humor
El estrés prolongado puede llevar a episodios de irritabilidad, apatía o tristeza. Incluso puede convertirse en un factor de riesgo para ansiedad generalizada o depresión si no se atiende a tiempo. - Hábitos poco saludables
Muchos jóvenes buscan alivio en comida ultraprocesada, abuso de cafeína o azúcar, largas horas frente a pantallas, videojuegos o redes sociales, lo que crea un círculo vicioso que empeora el estrés.
El estrés en los jóvenes no es algo “normal” que haya que ignorar. Hablar de ello, pedir ayuda y aprender técnicas de gestión emocional (respiración, ejercicio físico, organización del tiempo) es clave para que puedan vivir con más calma y confianza.