El Camino no solo es un recorrido espiritual y cultural, también atraviesa bosques, montañas y pueblos. Cuando llegan los incendios, los peregrinos lo sufren de múltiples maneras:
- Tramos cortados y desvíos forzosos: muchos caminos quedan bloqueados por el fuego o por seguridad preventiva. Esto obliga a suspender etapas, caminar por carreteras secundarias o incluso detener el viaje. Para quienes llevan meses planificando, es una gran frustración.
- Aire irrespirable: el humo y las cenizas en suspensión dificultan la respiración, provocan irritación en ojos y garganta y hacen que caminar largas horas se vuelva agotador y peligroso, especialmente para personas con problemas respiratorios.
- Menor seguridad: los incendios pueden dañar la señalización del Camino y obligar a usar rutas alternativas mal marcadas. Además, la presencia de carreteras cortadas y vehículos de emergencia genera incertidumbre y riesgo en la marcha.
- Paisaje transformado: gran parte del encanto del Camino está en sus entornos naturales. Después del fuego, los peregrinos atraviesan zonas ennegrecidas, sin sombra ni frescor, lo que resta motivación y afecta a la experiencia emocional.
- Impacto humano y espiritual: el Camino conecta a los peregrinos con la gente de los pueblos. Ver comunidades afectadas por las llamas, vecinos evacuados o pérdidas materiales genera empatía, tristeza y a veces un sentimiento de impotencia. La experiencia espiritual también se tiñe de reflexión sobre la fragilidad del entorno.
Los incendios no logran apagar la fuerza del Camino, pero sí dejan huellas profundas en quienes lo recorren. Cuidar nuestros montes es también cuidar la experiencia de miles de peregrinos y el legado cultural que representa.