La Sala Capitol de Santiago de Compostela se transformó en epicentro de una tormenta sonora: Enter Shikari, con su siempre electrizante directo, ofreció un show absolutamente demoledor, con la chispa perfecta de caos controlado. Y como telonera, la inquietante y magnética DeathbyRomy, que preparó el terreno con una apertura intensa, hipnótica y envolvente.
El preludio oscuro: DeathbyRomy conquista los nervios
Desde el arranque, DeathbyRomy contó con un aura casi cinematográfica. Su mezcla de pop alternativo oscuro, electrónica industrial y toques de rock resonó con fuerza. No era un simple calentamiento: era un viaje profundo hacia la melancolía, pero con una energía contenida que se liberaba en cada golpe de ritmo. Su presencia escénica, minimalista pero poderosa, capturó la atención de un público aún expectante: algunas personas se quedaron en los laterales, otras se acercaron más.
Temas nuevos convivieron con otros más reconocibles, y su voz —a la vez etérea y rota— construyó momentos de tensión que anticipaban perfectamente lo que vendría después. Fue una apertura coherente pero impredecible, justo lo necesario para calentar la atmósfera.













La tormenta británica: Enter Shikari toma el control
Cuando las luces bajaron y se encendieron los primeros destellos eléctricos, Enter Shikari irrumpió con su característico torbellino. Desde los primeros segundos, la sala se llenó de una energía que no admitía medias tintas: o estabas en el centro del huracán o dejabas que te envolviera desde la distancia.
Rou Reynolds, al frente, ejercía de predicador del caos: saltaba, gritaba, arengaba a la multitud, aparentemente sin agotarse. Sus músicos le seguían con una sincronía casi quirúrgica, pero también con la pasión brutal de quienes crean algo más que música: provocan una experiencia. La mezcla entre sus guitarras hardcore, los sintetizadores y los pasajes electrónicos hizo que cada cambio de tema fuera una montaña rusa emocional.
El setlist fue una montaña rusa: momentos abrasadores, con cortes intensos que lanzaban al público a pogos, contrastaban con pausas más reflexivas, casi trance, donde las luces se volvieron un mar de neón y la respiración colectiva quedó contenida.

Conexión con el público: más que un concierto, una comunión
Lo más destacable fue cómo Enter Shikari consiguió hacer de sus canciones un diálogo con el público. No era solo presencia escénica: había un vínculo real. En varios pasajes, Rou se acercó al borde del escenario, no solo para cantar, sino para mirar, para provocar, para alimentar la llama colectiva. En algunos momentos, el público respondió con cánticos, palmadas, picos de intensidad que subieron con cada estribillo.
Hubo brillos visuales (luces, columnas LED, destellos) que no eran solo un artificio: servían para acompañar la música, para amplificar la sensación de estar dentro de algo grande. No se sintió como un concierto más: parecía que habíamos sido invitados a una celebración caótica, una alquimia de sudor, ruido y emoción.
El clímax y la despedida
La recta final fue apoteósica. Enter Shikari cerró con una combinación de temas que explotaron en un crescendo de electricidad pura: riffs, electrónica y gritos se unieron para dejar una última ola de intensidad en la sala. Cuando cayó el telón —o mejor dicho, cuando se apagaron las luces y los últimos ecos desaparecieron—, el público no quería soltar la atmósfera. Algunos gritaban, otros estaban en silencio, respirando. Era difícil entender si lo que se encendía era el final o el inicio de algo aún más grande, personal, para cada uno.
















Conclusión
Lo de Enter Shikari en Santiago no fue solo un concierto: fue un impacto. Un huracán de sonido, emociones y visuales que no dejó indiferente a nadie. DeathbyRomy preparó el terreno con elegancia oscura, y los británicos pusieron la tormenta encima para dejarnos empapados de adrenalina. Si alguien dudaba del poder de su directo, anoche quedó claro: Enter Shikari sigue siendo una de las fuerzas más explosivas de la escena.



