Un Caballero en Moscú – de Amor Towles

Portada de un caballero en Moscú y foto del autor

Hay libros que no se leen, se habitan. Y Un caballero en Moscú, de Amor Towles, es uno de esos raros lugares literarios donde uno se instala con gusto, como quien entra en un hotel antiguo con ventanas altas, sábanas bien planchadas y ecos de otra época en las paredes. Allí, en una suite del Hotel Metropol de Moscú, se encierra —o se libera, según cómo se mire— el conde Aleksandr Ilyich Rostov, condenado a arresto domiciliario de por vida tras la Revolución bolchevique. Su delito: ser un aristócrata con una mente peligrosa para los nuevos tiempos, o tal vez simplemente escribir un poema demasiado libre para la era del control.

Pero que nadie se engañe: aunque el mundo se reduzca a unas pocas estancias, este no es un libro sobre el encierro, sino sobre la expansión interior. Towles construye un personaje inolvidable, elegante en la derrota, irónico en la adversidad, profundamente humano en su dignidad tranquila. Rostov no se queja; se adapta, observa, aprende. Y en esa suite, entre pasillos y comedores del hotel, su vida se despliega con más profundidad y matices que la de muchos que recorren continentes sin detenerse a mirar.

La prosa de Towles tiene el ritmo de una conversación pausada entre amigos cultos. No hay urgencia, pero tampoco estancamiento. Cada escena está escrita con mimo, cada diálogo pulido como una copa de cristal. El humor es sutil, la nostalgia está dosificada con inteligencia, y los momentos de ternura —que los hay— llegan sin buscar el aplauso. Y lo más asombroso es cómo el autor consigue narrar varias décadas de la historia rusa, desde los años veinte hasta los cincuenta, sin abandonar nunca ese pequeño universo del Metropol, que se convierte así en una especie de escenario global en miniatura.

Lo que fascina de Un caballero en Moscú no es solo su premisa, sino la profundidad con la que explora el carácter de su protagonista. Un caballero en el más amplio sentido de la palabra: no tanto por el título nobiliario como por la actitud vital. Rostov es discreto, generoso, firme sin ser rígido. Es un hombre que sabe que perder privilegios no equivale a perder la educación, ni la alegría, ni la curiosidad. Y es eso, quizás, lo que hace que su historia resuene con tanta fuerza en estos tiempos donde todo cambia con rapidez y sin pausa.

Terminar Un caballero en Moscú es como despedirse de un buen amigo. Uno querría quedarse un poco más, escucharle una historia más, acompañarle en un paseo por el hotel, compartir un brandy frente al ventanal. Pero como toda buena novela, sabe retirarse en el momento justo, dejándonos con esa mezcla de satisfacción y suave melancolía que solo producen las obras que de verdad nos han tocado.

Publicada originalmente en 2016 en inglés por Viking Press y traducida al español en 2019 por la editorial Salamandra, esta novela de Amor Towles —autor estadounidense con alma de narrador clásico— cuenta con la brillante traducción de Gemma Rovira Ortega y abarca más de quinientas páginas que se leen con el ritmo y la elegancia de un vals lento. No sorprende que haya sido celebrada por la crítica, mantenido durante más de un año en la lista de los más vendidos del New York Times y que pronto llegue a la pantalla en una adaptación protagonizada por Ewan McGregor.

Pero más allá de premios, cifras o adaptaciones, lo que queda es el eco: la voz firme y amable de Aleksandr Rostov resonando en la memoria, como si aún caminara, bastón en mano, por los pasillos del Metropol, con la cabeza alta y la melancolía bien vestida.

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