Hay libros que no se leen: se escuchan por dentro. Libros que, en lugar de contar una historia, remueven las que ya llevamos dentro, sin haberles puesto nunca nombre. Adiós, pequeño, de Máximo Huerta, es uno de esos libros. No llega con estridencias, no busca el artificio, no se abalanza sobre el lector; se desliza con la delicadeza de una voz familiar que nos susurra desde una herida antigua, una que creíamos haber olvidado.
En esta novela —o tal vez habría que decir confesión, despedida o reconciliación—, Huerta se despoja de lo superfluo y escribe con una honestidad que duele. No porque sea cruel, sino porque es verdadera. Porque lo que duele aquí no es lo que se cuenta, sino cómo se cuenta: sin rencor, sin exceso, sin máscaras. Lo hace desde el lugar más difícil de todos: el de un hijo hablando de su madre. Y no de cualquier madre, sino de la suya. Una mujer fuerte, contradictoria, amorosa, dura a veces, y luminosa también. Una madre que lo quiso como pudo, como supo, como aprendió, en un tiempo que no siempre permitió querer abiertamente a un hijo que se salía de lo esperado.
Huerta escribe sobre el miedo y el afecto, sobre el silencio y la ternura a media voz. Escribe sobre los domingos en que no pasaba nada y, sin embargo, pasaba todo. Sobre el amor que no se dice pero se demuestra doblando la ropa o cuidando sin preguntar. Sobre los adioses que no se dicen nunca en alto, pero que nos atraviesan igual. Y lo hace con un lenguaje cercano, lleno de memoria, de imágenes domésticas, de instantes atrapados como mariposas en el cristal.
No hay heroísmos ni gestos grandilocuentes en Adiós, pequeño. Lo extraordinario es precisamente lo cotidiano. El retrato de una familia imperfecta, como todas. De una vida hecha de momentos pequeños —una caja de galletas, una palabra que no llega, una caricia que se quedó a medias—. Y esa es tal vez la belleza más profunda del libro: su forma de convertir lo aparentemente insignificante en algo trascendente. Como si el autor nos dijera, con cada frase: “mira bien, aquí también hay poesía”.
Uno termina Adiós, pequeño con un nudo en la garganta y algo de calor en el pecho. Con la sensación de haber estado en casa, pero en una casa que ya no existe, o que existe solo en el recuerdo. Es un libro para leer despacio, sin prisa. Para detenerse. Para escuchar. Para cerrar los ojos y pensar en nuestras propias despedidas, en nuestras propias madres, en lo que fuimos capaces —o incapaces— de decir a tiempo.
Y cuando cierras el libro, no puedes evitar repetir, como un eco suave, ese título que ya duele desde la primera vez que lo ves: Adiós, pequeño. Porque hay palabras que son una caricia, y al mismo tiempo, una cicatriz. Este libro es ambas cosas.
Adiós, pequeño fue publicado por Editorial Planeta el 15 de junio de 2022, con 384 páginas, y mereció el prestigioso Premio Fernando Lara. Posteriormente apareció una edición en bolsillo bajo Booket en agosto de 2023, manteniendo la estructura casi original.
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